15 dic 2015

~SMILE: Yuki-chan's Life~ Capítulo 4

Y por fin el cuarto capítulo ha llegado. Espero que os guste.

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~Capítulo 4: Por la fuerza del destino~

Sora entró en el apartamento, y nada más cerrar la puerta, se dejó caer y hundió la cara en sus rodillas con las mejillas levemente sonrojadas. ¿Era ella, verdad? La había visto. Debía ser ella, sin dudarlo. ¿Cuánto tiempo llevaría allí? ¿Quizá era por la Universidad? No, eso no podía ser, aún no tenía edad. ¿Llevaría allí viviendo desde la última vez que la vio? Y pensar que estaba tan cerca... Y qué guapa estaba. Llevaba botas azules. A ella siempre le gustó el color azul. Se sentía nervioso, y a la vez, aturdido. Su corazón latía con fuerza. Nunca hubiera imaginado que la chica en la que había estado pensando durante doce años estuviera tan cerca de él. De repente le costaba respirar, pero se debía a su felicidad. ¡Diablos! ¿Por qué no se enteró antes? Quiso quedarse un poco más allí sentado en el suelo hasta poder asimilar que había visto a la chica de la que se había llevado enamorado toda la vida.

Rei encendió un cigarrillo. Acababa de llegar la mañana y ni siquiera había desayunado, pero lo había hecho de nuevo. Otra vez había hecho lo mismo. El mismo error que odiaba cometer siempre y que cometía a posta aun a sabiendas de que se arrepentiría después. Frente a él, una mujer algo mayor que él se abotonaba una blusa con una sonrisa de satisfacción en el rostro.
—Gracias por ocuparte de mí anoche —dijo ella.
—Sí, claro.
Trataba de no pensar mucho en ello. Tras dejar a Yuki en su casa, había recibido un mensaje de una ex compañera de trabajo con la cual se acostó con frecuencia en su juventud. Por aquel entonces, las circunstancias lo habían llevado a no confiar demasiado en el amor y sólo buscaba satisfacer sus necesidades sexuales. Si una mujer se lo pedía con intención de sólo tener relaciones, él no se negaba, pero su opinión sobre ella resultaba ser bastante mala entonces, ya que muchas de estas mujeres sólo buscaban dar un poco de emoción a sus vidas engañando a sus novios o maridos. A él no le importaba puesto que él no quería comprometerse, sin embargo, no podía evitar desconfiar de ellas. Mujeres como la que tenía delante de él fueron las que lograron que durante un tiempo pensara mal de cada mujer que veía. Aquella mujer estaba casada, y dado que él no era quien debía respetar a su marido, no tenía por qué negarse a tener sexo con ella. Claro que esta actitud a veces le había creado problemas. Mujeres que habían acostado con él por diversión y al tiempo regresaban habiendo roto con sus novios o maridos y pedían que saliera con ellas. No había nada que lo molestara más. No es que él fuera mejor que esas mujeres, pero... Si él empezaba una relación con alguien, no era capaz de hacer lo que ellas estaban haciendo.
Rei dio una calada al cigarrillo y expulsó el humo con parsimonia. ¿Qué demonios estaba haciendo? Y especialmente... ¿por qué había dicho que sí?
La mujer terminó de vestirse y se despidió lanzándole un beso. Rei sonrió de manera forzosa y se tumbó en el futón mientras que ella se marchaba. No entendía nada. ¿Por qué lo había vuelto a hacer? Un poco de ceniza caliente le cayó en la piel desnuda y se la apartó corriendo con la mano. Le sonó el móvil y alargó el brazo. Era un mensaje de Sora. «¿Cuándo vuelves a quedar con la chica que me dijiste que conociste hace poco?» decía. Rei se quedó sorprendido por la pregunta. «La semana que viene» respondió.
Al otro lado del teléfono, Sora respiraba nervioso, quedándose con las ganas de preguntarle si podría quedar en esa ocasión con ellos y ver así a Yuki de nuevo.

No podía estar sucediendo... Esta vez estaban sobrepasando el límite...
Desde lo que le había pasado la semana anterior (el día que fue a ver a Rei), no había tenido muchas fuerzas para defenderse como era debido. Se las habían arreglado para tirarla a la piscina escolar, que si bien era invierno, seguía en uso por el club de natación. Cuando por fin logró salir, se fue corriendo en busca de su uniforme de gimnasia, completamente empapada y calada hasta los huesos. Incluso sentía dolor. El uniforme mojado se congelaba en torno a su cuerpo. Muerta de frío, cogió su uniforme de gimnasia y se lo llevó a los vestuarios, donde pretendía cambiarse de ropa. Pero había sido muy ingenua. Justo cuando estaba en ropa interior, secándose el agua del cuerpo con el único pañuelo que tenía varios chicos y chicas aparecieron. Entonces se dio cuenta: nunca la hubieran dejado salir de la piscina si no fuera con otro fin. Agarró los pantalones e intentó ponérselos lo antes posible. Pero no pudo. Entre varios la sujetaron y se las arreglaron para tumbarla en el suelo mientras ella pataleaba, forcejeaba y gritaba. Los atacantes reían. Sí, les resultaba muy divertido. Empezaron a desnudarla pese a que ella hacía lo posible por soltarse. Pero no pudo. Hacían chistes de las marcas en sus muñecas y de su cuerpo. No le taparon la boca, por lo que les daba igual que gritara. Podía ver cómo uno de ellos hacía fotografías. Se divertían llamándola «suicida», «guarra», «puta» y demás apelativos peyorativos. Las lágrimas caían por las mejillas de Yuki. Ya no sabía si seguir gritando.
Cuando ya habían hecho fotos suficientes, alguien dijo:
—¿Y si seguimos con la diversión?
El corazón de Yuki se detuvo por un momento. No podía estar hablando de...
—No, si lo hacemos se enfadará con nosotros —respondió otro—. Vamos a entregarle esto.
La soltaron todos de golpe y se fueron corriendo sin tener cuidado si la pisaban o le daban una patada. Yuki se encogió en el suelo del vestuario y empezó a llorar con todas sus fuerzas. Ya no le importaba el frío. Deseaba morirse en ese mismo momento.
Mientras tanto, sus compañeros se reunieron con una persona que se había saltado el muro que rodeaba la escuela. Era un hombre joven, de unos veintiún años, de cabello negro, piel pálida y ojos oscuros y siniestros. Iba vestido también de negro y sus ojos estaban adornados con unas enormes ojeras.
—¿Lo tenéis? —preguntó.
Los chicos le dieron la cámara con la que habían fotografiado a Yuki y él miró una imagen tras otra. Sonrió.
—Bien, chicos —dijo quitando la tarjeta de almacenamiento de la cámara—. Quedaos la cámara, aquí tenéis lo que queríais.
Les lanzó una pequeña bolsa con un poco de droga en el interior.
—Soy un hombre de palabra, ¿no?
—¿La próxima vez podríamos divertirnos un poco más? —preguntó uno de ellos.
El chico de negro lo asesinó con la mirada.
—Si aquí hay alguien que tenga que hacer eso, ése soy yo. El que la toque, lo mataré.
Los chicos se miraron entre ellos. No sabían si estaba hablando en serio o si simplemente era una amenaza más. Podía ser cualquiera de las dos cosas.

Yuki se limpió las lágrimas y recogió todas sus cosas. Llevaba puesto el uniforme de gimnasia y el mojado lo llevaba en una bolsa metido dentro de la mochila. Quería correr. Quería huir. Finalmente terminó la última clase y se escapó a toda velocidad. No les dio tiempo a ninguno de hacerle más daño por ese día. Salió al exterior raudo y al girar la esquina para volver a su casa, alguien la agarró del brazo y estuvo a punto de resbalarse. Al volver el rostro, se encontraba frente a Rei con aire preocupado.
—¿Qué te ha pasado?
—Yo... yo... —Iba a romper a llorar de nuevo.
Rei estaba sintiendo el impulso de abrazarla, pero decidió contenerse por si alguno de sus compañeros los vieran. Pese a que ella no se lo había dicho, no era tan tonto como para no darse cuenta de que sufría bullying y estar con un hombre adulto podría traerle más complicaciones. Había ido sólo para vigilar que no le pasara nada, llevando una cierta distancia y disimulando. No podía quedarse esperando en la esquina de la calle donde ella vivía. ¿Y si le ocurría algo? Pero ahora se encontraba con ella intentando contener las lágrimas. La agarró del brazo y empezaron a correr en dirección a la estación.
—Tengo que ir a casa a cambiarme —dijo ella, dándose cuenta de adónde la llevaba.
Rei se detuvo en seco y la miró a los ojos. Sabía que tenía que dejar que fuera a su casa a cambiarse, pero no era capaz. Vaciló y terminó por asentir. La llevó hasta su calle y esperó pacientemente a que ella saliera de su domicilio para ir a la estación, donde ninguno de los dos rompió el silencio reinante. Sólo se escuchaba el traqueteo del tren. Yuki parecía mas distante y ausente de lo habitual. ¿Qué podría haberle pasado? Rei sintió la cabeza de la chica caer sobre su hombro y observó, desconcertado, cómo sus ojos, sin mirar nada, se llenaban de lágrimas poco a poco. No había expresión de ningún tipo en su rostro. Y él, sintiéndose impotente y dándole igual que se encontraran en un lugar público, la rodeó con un brazo y la atrajo hacia él. La joven se sintió sorprendida, pero cerró los ojos y se dejó envolver por su esencia y su calidez. Era reconfortante estar así con Rei. Para él, por el contrario, era difícil. Sentía cómo poco a poco su corazón empezaba a latir.

Como de costumbre, el día empezaba a ser poco productivo. Yuki no decía nada ni ponía expresión alguna. Tampoco contaba nada sobre lo que le había pasado en el instituto. Rei se sentía un tanto desesperado. Necesitaba que reaccionara aunque fuera mínimamente. Pensando en esto, se quemó los labios con el café que acababa de hacerse, y su pequeño grito sólo hizo que Yuki se volviera tímidamente hacia él y lo mirase con aquellos enormes ojos.
—¿Estás bien?
—Sí —respondió él rápidamente.
—Bien...
Ella volvió a perderse en sus pensamientos. Y era imposible sacarla. Rei trató de llamarla en varias ocasiones para distraerla de alguna manera. Cuando se hartó de nombrarla por el apellido, lo intentó de otra manera:
—¡Yuki-chan!
—¡Sí! —respondió enseguida dando un respingo.
—Ah... No... Lo siento... —En realidad no pensaba en ningún momento a que ella respondiera.
La joven bajó la mirada con un leve sonrojo cubriendo sus mejillas.
—No pasa nada —murmuró.
—Pensé que no querías que te llamara así. Pero como no respondías... Realmente creí que no reaccionarías.
—E-está bien...
El ambiente se volvía un tanto incómodo, especialmente para Rei. De algún modo parecía que su relación hubiera dado un paso en la dirección equivocada por culpa de eso. Y sería difícil decir quién sería el más perjudicado de los dos.
Él carraspeó y se tomó el café de un sorbo. Dirigió sus ojos a la taza vacía y observó el azúcar pegada al fondo a medio diluir. Trataba de pensar en algo. Un tema de conversación, una idea de qué hacer... lo que fuera para quitar aquella tensión del aire. Se levantó y se fue a la cocina a fregar la taza. Entonces se le ocurrió algo. Se asomó al salón, donde Yuki volvía a estar en Babia.
—Oye, Asakura-san —dijo desde el umbral—, ¿me acompañas? Necesito comprar algo.
—Claro —contestó poniéndose de pie lentamente.
Ambos se pusieron sus respectivos abrigos y salieron por la puerta del apartamento. Yuki rozó con los dedos la mano de Rei tímidamente. Subió y terminó por agarrarse de la manga de su gabardina. Él suspiró. Definitivamente todo estaba yéndose por el rumbo equivocado. Para él ya era demasiado tarde, y lo sabía de sobra. Su corazón ya lo había puesto sobre aviso. Resultaba lamentable que un hombre de treinta años se enamorase de una niña de dieciocho. No era la primera vez que algo así le ocurría, pero nunca antes le había pasado con alguien con más de diez años menos que él. Era evidente lo que estaba pasando entre ambos, y no quería que fuera a más. Pero a la vez... lo deseaba. Ver que Yuki buscaba el contacto físico con él, que lo necesitaba, hacía que simplemente no pudiera evitar que quisiera complacerla, porque él mismo lo ansiaba. No había nada que quisiera hacer más que abrazarla, retenerla en sus brazos y... besarla. Era algo preocupante. «Es una menor» se repetía sin cesar en su cabeza. Y sin embargo, parecía que eso a su corazón le daba igual.
Al llegar al supermercado, una figura vestida completamente de negro salía con una bolsa en la mano mientras miraba el recibo murmurando algo entre dientes. Rei se detuvo y levantó el brazo para saludarlo mientras que Yuki se aferraba a la gabardina, escondiéndose tras él.
—¡Sora-kun! —llamó.
El chico levantó la mirada y no pudo evitar que su rostro se iluminara al ver a Rei allí junto a Yuki. Se acercó corriendo hacia su amigo.
—Hola, Rei —dijo. Dirigió su mirada y su brillante sonrisa hacia Yuki—. ¿Esta es la chica de la que me hablaste?
—Así es, Yuki Asakura-san. Asakura-san, él es Sora Kobayashi-kun, un amigo mío.
Sora ladeó la cabeza no pudiendo evitar hacer un gesto lleno de ternura. Fue algo que hizo sin querer, pero causó una reacción inesperada en Yuki, que hundió el rostro en la gabardina de Rei, lo que provocó que éste último tuviera que alejarla de él debido a la extraña sensación de vergüenza que lo invadió. El gesto de Sora se cambió por uno de sorpresa comprendiendo entonces lo que ocurría, y formándose una sonrisa triste en sus labios.
—Quédate aquí con Sora-kun mientras yo voy a comprar —le dijo el mayor a Yuki.
—E-espera un momento... ¡Himura-san!
Pero él ya se había ido corriendo y entrado en el supermercado. Lo cierto es que hacía frío, pero seguramente no iba a tardar demasiado si la había dejado en el exterior. La joven miró al muchacho frente a ella. Había algo familiar, pero no lograba averiguar qué... algo que no le gustaba nada...
Él se mostraba sonriente, sin embargo, esta vez su gesto era un tanto más frío que antes y sus ojos tenían un brillo de tristeza. Aquel chico debía padecer depresión, como ella.
—¿De qué conoces a Himura-san, Kobayashi-san?
—Oh, es una larga historia. Él me ayudó en un momento de necesidad. —Amplió su sonrisa—. Pero no me llames «Kobayashi-san», llámame So...
Kobayashi-san —remarcó de una manera gélida.
La sonrisa de Sora se desvaneció por un momento. Empezaba a dudar de que fuera ella.
—Ah, está bien —dijo retomando su sonrisa—. ¿Siempre viviste aquí, Yu... Asakura-san?
—No. Cuando era pequeña vivía en Okinawa. Nos mudamos de allí cuando tenía seis años. ¿Por qué?
—¡Porque tienes un acento raro! —exclamó él, divertido.
—¡Eso no es posible! ¡Y además, tu acento tampoco es muy normal! —replicó ella fulminándolo con la mirada mientras él se reía.
Mientras tanto, Rei compraba en el interior del establecimiento y reflexionaba. Sentía que Yuki lo ponía verdaderamente a prueba. Si tan sólo ella supiera de sus deseos carnales... ¿Cómo podía pensar así de una niña? ¡Ni siquiera tenía aún los veinte años! ¡Era una menor de edad! Seguro que si ella lo supiera, se alejaría de él. ¿Qué diablos había hecho? Quería alejarse de ella durante un tiempo. Pero ella lo necesitaba. Y de todas formas, sólo se veían una vez o dos a la semana. Suspiró. ¿En qué estaba pensando? Daba igual, debía dejar de verla de esa forma. ¿Hasta qué nivel podrían haber alcanzado sus sentimientos en tan poco tiempo? Y lo más triste de todo es que quizá sólo se debía a que era idéntica a ella... Una horrible sensación le atravesó el pecho. No podía hacer eso.
Los incómodos pensamientos de la situación en la que se encontraba lo siguieron incluso mientras pagaba la compra. Se sentía realmente atormentado. Pero al salir del supermercado, pudo ver algo que lo animó considerablemente. Y es que mientras que Sora sonreía de manera brillante, le hacía preguntas sin cesar a Yuki, quien trataba de responder la manera más educada posible. Y sorprendentemente, su expresión había cambiado a una de fastidio y puede que de incomodidad. Pero era una escena divertida, o eso le pareció a Rei. Inevitablemente, no pudo evitar empezar a carcajear. Sí, quizá Sora podría ser un buen apoyo para conseguir que Yuki mejorase, puesto que había conseguido en tan sólo unos minutos lo que él no había logrado en un mes. E indudablemente, Sora sería un buen amigo para Yuki. La joven, mareada ante tanta pregunta, dirigió sus ojos hacia Rei, y le pidió ayuda con la mirada. Cuando el mayor por fin pudo respirar, se acercó a ellos.
—¿Vienes con nosotros hasta mi casa, Sora-kun? —preguntó.
La propuesta lo tomó por sorpresa. Y aunque se sentía decepcionado de que Yuki no lo hubiera reconocido y que lo tratara de una manera tan fría, quería pasar más tiempo con ella. Estaba decidido a convertirse de nuevo en su amigo.
—¡Claro! —respondió un tanto emocionado.
Yuki pidió con ojos de cachorro abandonado a Rei que por favor no lo hiciera, pero él fingió no haberlo visto. Caminaban los tres juntos y Sora seguía acosando a Yuki con más y más preguntas a más velocidad. Algunas eran completamente absurdas, otras hipotéticas, y las demás eran repetidas. Ella respondía a todas sin saber a qué había respondido y a qué no. De hecho, poco podía acordarse en ese momento siquiera de cómo se llamaba. Rei reía en silencio.
Y no tardaron en llegar al apartamento de Rei.
—Rei —llamó Sora. Al girarse el mayor hacia él, tragó saliva y enfundó las manos en los bolsillos—. ¿Puedo hablar contigo en privado antes de que entres? Por favor.
Él asintió y después se volvió hacia Yuki.
—Entra en mi casa. Yo entraré en un momento. —Le dio las llaves y la chica hizo un gesto de tristeza—. No te pasará nada. No te preocupes. Estoy aquí —dijo acariciándole la cabeza y sonriendo con ternura.
Sora cerró la boca entreabierta y apretó la mandíbula. En ese momento se había dado cuenta. No había duda. Ya no necesitaba hablar con él. Ya sabía la respuesta a lo que le iba a preguntar. Esperó a que Yuki entrara en el apartamento. Lo miró fijamente a los ojos y dejó sus palabras salieran solas:
—¿Te has enamorado de ella?
La pregunta lo tomó por sorpresa. Asintió y apartó la mirada.
—Eso creo.
Sora agachó la cabeza. Se sentía triste de saberlo, no podía negarlo.
—¿Sabes...? Yo... ya conocía a Yuki-chan de antes. —Rei se giró bruscamente hacia él—. Ella fue mi primer amor. —Los ojos del mayor se abrieron por completo, sorprendido—. Pero no me ha reconocido. —Soltó una sonrisa amarga.
—Yo... lo siento... —se disculpó su amigo.
—¡No es culpa tuya! De hecho, te lo agradezco. He podido reencontrarme con ella gracias a ti.
Rei no sabía qué decir.
—¿Cómo os conocisteis? —preguntó.
—Hace doce años ella se mudó de Okinawa. Era vecina mía. Siempre jugábamos juntos aunque a mi madre no le gustaba que lo hiciera...  —Su voz se quebró con esa última frase—. Bueno, quizá esté bien que no me haya reconocido, aunque me gustaría que volviéramos a ser amigos.
Rei era capaz de ver que Sora seguía enamorado de Yuki. De hecho, muy enamorado. Era evidente que le provocaba dolor el hecho de que la joven no hubiera sabido quién era la persona a la que tenía enfrente. Y lo peor es que sabía que el chico no se lo diría.
—¿Por qué dices que está bien que no te haya reconocido?
—Porque cuando era pequeño era un poco idiota y yo... ¡le tiraba del pelo para llamar su atención!
Rei intentó contener la risa por un segundo. Eso era algo muy típico en los niños de Primaria desesperados por que la niña que les gusta les haga caso. Pero no, no era un método efectivo para que la niña en cuestión los viera de esa manera.

Yuki esperaba a Rei en el salón del apartamento, sentada en el tatami cuando éste entró por la puerta.
—Has tardado mucho.
—Lo siento —dijo él sonriendo.
—Oye, sobre Kobayashi-san...
—¿Sí?
—No me gusta.
—¿Por qué dices eso? —Él la miró un poco sorprendido y lamentándolo por el pobre muchacho—. Es un buen chico.
—No se trata de eso.
—¿Entonces?
Yuki desvió la mirada varias veces, como intentando ordenar las palabras en su cabeza.
—Es que... Por alguna razón me recuerda a un niño que me tiraba del pelo cuando era pequeña. Me produce escalofríos.
«No podía haber dado más en el clavo» pensó el hombre y comenzó a reír levemente otra vez. Yuki no comprendía de qué se reía, e incluso le reprochó a Rei que se riera de ella, creyendo que era porque lo que había dicho sonaba absurdo. El hombre no sabía cómo defenderse de tal acusación. Sin embargo, todo parecía estar rompiendo la tensión persistente de antes gracias a lo ocurrido con Sora. El chico había hecho un trabajo maravilloso al aparecer y tener la idea de las preguntas. Y quizá precisamente por eso, ella respiró hondo, se armó de valor y murmuró:
—Himura-san.
—¿Hum? —Él la miró con una sonrisa tierna en los labios.
—Yo... puedo confiar en ti, ¿verdad?
Él se enderezó y se puso serio, comprendiendo de qué le iba a hablar.
—Siempre. No pienso traicionarte. Jamás —sentenció.
Yuki tragó saliva.
—Entonces te lo contaré todo. Desde el principio. Hace tres años, Yasuhiro Tanaka empezó a acosarme. La razón fue estúpida, pero tuvo consecuencias terribles para mí y para la persona que más me importaba: Ami-chan, mi mejor amiga.

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