20 dic 2014

~SMILE: Yuki-chan's Life (Ver. 1)~ Un día en Okinawa (Extra)

Bueno, no es un capítulo normal y corriente, es como bien pone un "extra" (es un capítulo más corto de lo normal). Podéis considerarlo una anécdota o una curiosidad.
Como bien sabéis, Sora-kun y Yuki-chan se conocían de niños y a él le gustaba ella y le tiraba del pelo, ¿pero qué clase de relación tenían? Aquí se cuenta un poquito, y también un poquito sobre él.
Esto ocurre antes del capítulo 2.




~Un recuerdo~

Sora estaba ordenando el armario de su dormitorio. Raramente lo hacía, pero como se le había roto una cuerda de la guitarra, estaba buscando a ver si tenía recambios de ellas. Estaba increíblemente desordenado. Iba apartando lo que iba encontrando. Tenía montañas de ropa que ya ni se podía poner, libros de texto viejos, pornografía, y sinfín de cosas. Todo eso metido dentro del armario. Conforme iba sacando más cosas del armario, más se preguntaba cómo volvería a meter todo eso. Estaba agobiado y pensaba que quizá debería ordenarlo más a menudo. Exhausto, y rindiéndose, se sentó en el suelo. Dio un largo suspiro cuando de repente vio una foto en el suelo. La cogió y sonrió. Era una foto de cuando vivía en Okinawa. En ella estaba él junto a una niña evidentemente más pequeña de cabello largo de color castaño recogido en dos coletas y dos grandes ojos marrones.
— Mi primer amor, ¿eh? —dijo sonriendo.

[Hace doce años en Okinawa]

Una niña seis años lloraba desconsoladamente en aquel parque a principios de noviembre. Unos niños mayores la estaban molestando. De repente un niño más alto que el resto apareció de la nada corriendo hacia ellos al grito de:
¡Dejadla en paz!
Era un Sora de tercero de primaria. Los niños salieron corriendo, huyendo del enfurecido Sora de ocho años que parecía poder hacerles mucho daño. La niña, Yuki Asakura, dejó de llorar y se limpió las lágrimas.
Gracias, Sora-san —dijo ella.
Sora la cogió de la mano y comenzaron a caminar.
Vamos a casa —dijo.
La pequeña intentaba llevar el mismo ritmo que su vecino y de vez en cuando corría para ponerse a su mismo nivel. Cuando llegaron, Sora la dejó justo delante de la puerta de su casa, y antes de ir a la suya (que estaba bastante cerca), le dio un tirón de pelo y salió corriendo. La niña comenzó a llorar por el dolor y el desconcierto. No entendía por qué era tan bueno con ella y a la vez tan malo. Llamó a la puerta de su casa y entró corriendo. Se abrazó a su madre, y ésta ya no sabía qué hacer.

Sora, abre la puerta —dijo la madre del niño.
El niño, que estaba sentado en el suelo jugando con arañas de plástico (le gustaba tener bichos de juguete para gastar bromas pesadas a sus compañeras de clase), se levantó dando un largo suspiro. Al abrirla, la madre de Yuki (una mujer de pelo castaño claro y ojos verdes) entró buscando a la madre del chico. Sora pudo escucharlas discutir. Tampoco era raro que su madre discutiera con una vecina, puesto que lo hacía a menudo, y parecía que era una especie de hobbie suyo. Sin embargo, el niño sabía por qué discutían y fue rápidamente hacia la madre de la niña, y tirando de la manga de su jersey, le dijo:
Lo siento. No volveré a tirarle más del pelo.
La mujer se volvió hacia él.
Es que no lo entiendo, Sora-chan. Eres ya muy grande para ir por ahí tirándole del pelo a una niña pequeña. Llega a casa llorando, y aunque sé por qué lo haces, debes tener más cuidado. Si sólo fuera de vez en cuando, lo dejaría pasar, pero es que es a diario, y encima varias veces al día.
Lo siento, de verdad.
La mujer le acarició la cabeza rapada.
Anda, pórtate bien, y cuando crezcas Yuki-chan querrá casarse contigo
Que más quisieras tú —susurró la madre de Sora.
La madre de Yuki la miró.
Me compadezco de tu hijo por tenerte como madre. Y me compadezco de la pobre chica que se case con él, porque te tendrá por suegra —aseveró—. Tienes un hijo muy bueno, y con talento. Lo he escuchado tocar el piano. Es magnífico. Lo único que he venido a pedirte es que le digas por qué no debe tirarle tanto del pelo a la niña que le gusta.
Ya te gustaría que a mi hijo le gustase tu hija, pobretona.
La madre la chica levantó la cabeza.
Y a mucha honra.
La mujer salió de la casa, cerrando la puerta tras ella. La madre del niño se giró hacia él.
¿No te he dicho ya muchas veces que no te juntes con la vecina?
Yo...
¡¿No te lo he dicho ya?! —dijo dando un golpe con la mano en un mueble.
El niño salió corriendo, pero su madre lo atrapó por el cuello de la camiseta.
¿Adónde te crees que vas?
¡No! ¡No! —gritó el niño intentando soltarse de ella flexionando las piernas, tirándose hacia abajo.
¡¿Cómo que no?!
Le pegó una fuerte bofetada al niño, consiguiendo que a éste se le inundasen los ojos de lágrimas por el golpe. Le picaba la mejilla, y la tenía dormida, cosa que lo aturdió un poco. Su madre lo empujó al suelo y el niño empezó a patalear en cuanto notó los pinchazos que le producían los pellizcos y los golpes que le hacía su madre bajo la ropa, provocándole cardenales donde nadie pudiese verlos.

[Hace doce años en Okinawa - Fin]

Sora suspiró tras ser capaz de guardar unas pocas cosas en el armario.
— ¡Hostia! ¡La cena! —dijo al ver la hora.
Y levantándose casi cayendo de nuevo al suelo, salió corriendo hacia la puerta enfundándose los zapatos y cogiendo el abrigo del perchero, dándose cuenta justo a tiempo de que se olvidaba las llaves y la cartera.

[Hace doce años en Okinawa]

Sora estaba sentado en un columpio del parque llorando tras los golpes de su madre.
¿Qué te pasa, Sora-san?
El niño miró hacia atrás para encontrarse cara a cara con Yuki. Desvió la mirada.
Nada.
Sí te pasa. Dímelo —dijo ella cogiéndole una mano y poniéndose frente a él.
El pequeño Sora apartó la mano y se la frotó por el jersey. En realidad era para frotarse una de las heridas que tenía bajo la ropa, pero la niña lo interpretó de otra forma.
¡No estoy sucia! —exclamó.
Ah, no, no es eso. Es que me duele aquí —dijo el chico volviéndose a frotar el mismo lugar.
La niña acercó uno de sus pequeños deditos, tocándole con mucho cuidado, rozando el sitio de forma muy cuidadosa, como si el niño fuera una pompa de jabón que explotaría si apretara siquiera un poco.
¿Qué tienes?
Una herida.
¿Cómo te la has hecho?
Mi... —susurró. No, no podía terminar de decir la frase. Si su madre se enteraba, no sabía qué pasaría—. Me caí por la escalera de piedra.
La niña se encogió, como si el pensarlo le doliese.
¿Te hiciste mucho daño? —se aventuró a preguntar.
Sí... Mucho daño...
Los ojos del niño se inundaron de lágrimas. La pequeña le sostuvo la cara con ambas manos, obligándolo a mirarla.
En el cole dicen que los niños no lloran, pero Sora-san, te veo llorar mucho. ¿Tu mamá no te dice que los niños no lloran?
Sora, quien no tenía a nadie como figura paterna, y cuya madre, mujer machista (pues tenía claro cual debía ser el papel de una mujer) y que al mismo tiempo era misándrica, empezó a llorar desconsoladamente agarrado fuertemente a las cadenas.
¿Sora-san? —dijo la niña, preocupada por su amigo.
Pero el niño no respondía, y sus lágrimas no dejaban de caer.

[Hace doce años en Okinawa - Fin]

Sora entró rápidamente en el supermercado de 24 horas cogiendo una cesta para poner en ella uno a uno los ingredientes que le faltaban para la cena. Tarareando una canción, se acercó a uno de los estantes y tomó un pequeño bote de miel.

[10 de noviembre - Hace doce años en Okinawa]

Mañana me voy de Okinawa.
Aquella frase resonaba en la cabeza del pequeño Sora una y otra vez desde el día anterior. Como clavos golpeados por martillos, se introducía por su oído dolorosamente y hacía eco en sus pensamientos. «Hoy se va» se decía hundiendo cara en sus rodillas encerrado en su habitación. «Mañana no volveré a verla». Las lágrimas caían por sus mejillas como las gotas de lluvia lo hacían por el cristal en ese momento. Intentaba no hacer ruido. No quería que su madre lo escuchase llorar por la mudanza de la vecina que tanto odiaba, y tampoco había sentido el valor de salir de aquella habitación e ir a despedirse. El pecho le dolía, y una sensación de impotencia y entumecimiento se apoderaba de él. A pesar de su edad, Sora sabía perfectamente lo que sentía por Yuki. Y a pesar de su edad, deseaba plenamente estar con ella. No era sólo el hecho de que era la niña más bonita que había visto nunca, sino que era su mejor amiga, y la única que no se había asustado de él debido a su altura o sus extravagancias, de modo que no pudo evitar sentir curiosidad por esa niña hasta terminar por enamorarse. «¿Por qué? No le he vuelto a tirar del pelo» se dijo. ¿Quién podría aguantar verlo llorar además de ella? Sin saber qué hacer, se levantó del suelo y caminó en círculos por la habitación. Se escuchó un chasquido procedente de fuera que había causado la lluvia, y el niño se giró hacia la ventana observando el agua golpear el cristal. Respiró hondo y salió corriendo de la habitación, directo al vestíbulo a ponerse los zapatos.
¡Sora, ¿adónde vas?! —preguntó su madre yendo hacia él.
¡A donde a ti no te importa! —respondió cerrando la puerta tras de sí.
¡Pues que sepas que esa puerta no se abrirá de nuevo! —Oyó gritar a su madre.
«¡No me importa!» se dijo «¡Quiero verla de nuevo!». Pero tuvo tan mala suerte, que tropezó y resbaló cayendo al suelo y abriéndose una fea herida sangrante en la rodilla y raspándose los brazos. Se levantó con dificultad del suelo y corrió medio cojeando hasta donde estaba la pequeña Yuki dispuesta a montarse en el coche con su pequeño paraguas blanco en la mano.
¡Yuki-chan! —dijo.
¡Sora-san! ¿Qué te has hecho? —dijo al ver la sangre corriendo por la pierna de Sora.
El niño le tomó entre sus manos la mano que la pequeña tenía libre y con decisión dijo:
¡Prométeme que volveré a verte! ¡Y que me llamarás «Sora-san» aunque no te acuerdes de mí!
Yo no voy a olvidarme de ti, Sora-san —respondió la niña riendo—. Toma, quédatelo. Vuelve a tu casa y dile a tu mamá que te cure, o no podrás venir a verme —dijo dándole su paraguas con una sonrisa.
El niño empezó a llorar de nuevo, y tras besarle la mejilla (erróneamente cerca de la comisura de los labios), cogió el paraguas y la niña se montó en el coche.
Sora, se quedó allí, y cuando ya no podía ver el coche alejarse, se derrumbó, cayendo de rodillas sobre el asfalto, llenándose su herida de suciedad. Pero no le importó, ni tampoco el dolor agudo que sintió al hacerlo.
La próxima vez que nos veamos te enamorarás de mí, ¿verdad? —susurró.

[10 de noviembre – Hace doce Años - Fin]

— Aquí tiene —dijo alegremente Sora al pagar en la caja del supermercado.
Caminó hacia la puerta de salida mientras revisaba el ticket y comprobaba que estaba todo correcto.
— ¿Lo llevo todo? —se preguntó en voz alta, deteniéndose de nuevo frente a la puerta, con temor de haberse olvidado de meter algo. Tras comprobar que estaba todo, cerró la bolsa, y al levantar la mirada, sintió que el tiempo se detenía. Pasaba frente a él su amigo Rei junto a una chica con el cabello cortado como un chico y unos grandes ojos marrones, de la piel pálida, sonrosada en sus mejillas. La reconoció al instante. Cuando por fin fue capaz de mover su cuerpo, salió corriendo al exterior, y susurró:— No puede ser... ¿Ésa es... Yuki-chan?
Se quedó paralizado de nuevo, sintiendo una punzada en el pecho. No era capaz de creer que el momento que tanto había soñado por fin había llegado.
— Ahora te enamorarás de mí, ¿verdad? —susurró.


~Fin de "Un día en Okinawa"~

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