15 oct 2015

~SMILE: Yuki-chan's Life~ Capítulo 2

Por fin el segundo capítulo. Este segundo capítulo no se corresponde con el segundo original, así que vais a leer algo completamente nuevo. Espero que os guste.

Desde hoy los capítulos saldrán los 15 de cada mes a las 16:00 (hora española).

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~Capítulo 2: Cuando se roba un corazón~

Sora Kobayashi tenía veintiún años. Era alto, con el cabello negro como el carbón, los ojos pardos y una piel casi tan blanca como la nieve del otro lado de la ventana. Se encontraba en ropa interior, sentado en la cama con un termómetro en la mano y las mejillas sonrojadas a causa de la fiebre.
—Cuarenta grados y medio... —susurró.
Se encontraba fatal. Sentía que en cualquier momento se iba a desmayar. Sentía la piel pegajosa y sudada, y aun así seguía teniendo una fiebre demasiado alta. Se tumbó en la cama. Volvió a toser colocándose un pañuelo delante de la boca.
—No hay sangre esta vez.
Le costaba respirar. Sora, pese a ser estudiante de tercero de Medicina, nunca se preocupaba de su salud. Aun teniendo los pulmones débiles siempre iba en mangas cortas incluso en invierno, sabiendo que para él era mucho más fácil que para los demás pillar neumonías y otras enfermedades desagradables. Esta vez la bronquitis se le había complicado.
Alguien llamó al timbre. El joven se levantó con dificultad. Se puso con rapidez una camiseta y unos pantalones de chándal y caminó lo más rápido que pudo hasta la puerta. Pero allí no había nadie. Al mirar al suelo había una bolsa con algo en su interior. El chico se agachó y recogió la bolsa metiéndola en su casa. Al mirar en el interior, había una nota. «Espero que te mejores pronto. Minori ♡» decía. Sora sacó la cajita que había junto al papel en la bolsa. «Analgésicos» se dijo a sí mismo. «Sólo queda uno» pensó, decepcionado, al ver el cartón de las pastillas casi vacío por completo. Ni siquiera había sido capaz de llevarle una caja que estuviera completa.
El timbre volvió a sonar y el muchacho abrió la puerta. Esta vez era un hombre alto, de pelo castaño, ojos verdes y una barba mal afeitada y descuidada. Éste abrió la boca para decir algo cuando fue interrumpido por Sora:
—Ponte la mascarilla.
—Sí, claro, eso lo primero —se quejó Rei—. Ni un hola ni nada, primero la mascarilla —dijo colocándosela alrededor de la boca y la nariz—. Ya está, ¿contento?
El chico asintió levemente y se fue con paso lento hacia la cocina.
—Te traigo la comida —dijo el mayor.
—Gracias, ahora mismo no siento fuerzas para cocinar.
Rei le tocó la frente.
—Tienes una fiebre muy alta.
—Cuarenta grados. —Al parecer, Sora intentaba quitarle importancia, pero con su tono débil no resultaba convincente—. Si descanso se me pasará.
Rei se cruzó de brazos.
—Creo que debería llevarte al hospital.
—Estoy bien, de verdad —mintió sacando la comida de Rei de la bolsa—. Minori-san acaba de traerme un analgésico. Cuando coma me lo tomaré y se me pasará todo.
—¿Sólo uno?
—Sólo uno.
Sora levantó la cabeza pero evitó mirar a Rei de nuevo. Sabía lo que él pensaba de su relación con su novia. Sabía lo que pensaba de Minori. Y sabía que Rei conocía sus verdaderos sentimientos. Que había una chica de la que estaba enamorado. Que esa chica no era Minori. Y que él recordaba a esa chica como una niña de seis años.
—Creo que...
—No lo digas —interrumpió Sora inmediatamente.
Rei suspiró.
—Iba a decir que creo que debería quedarme aquí.
El menor lo miró un momento y después sacudió la cabeza.
—No, has quedado. Y de todas formas no tienes su número ni su correo para poder contactar con ella, ¿no?
—¡Arg! ¡Es cierto! Pero me sabe mal dejarte en tu estado.
Sora volvió a apartar la mirada.
—Anoche se te escuchaba muy entusiasmado tras haber conocido a esa chica. No quiero que las cosas te salgan mal sólo porque estoy enfermo. Además, no quiero contagiarte si es neumonía.
Rei se cruzó de brazos y se apoyó de espaldas en la encimera.
—Se parece a ella.
—¿Eh?
—Esa chica y ella... Son idénticas por fuera. —El muchacho lo miró compasivo. Entendía lo que estaba queriendo decir—. Pero es una menor. Aún va al instituto. —Hizo una pequeña pausa—. Me guste o no, debo tratar de no enamorarme. Y menos porque se parezca a ella. Son personas diferentes.
—¿Se te ha ocurrido pensar que ella sea una...?
—No, no lo creo —aseveró—. No creo que sea esa clase de mujer.
Sora lo miró sin saber si podía creerle o no.

El bento cayó, esparciendo todo su contenido sobre la nieve. El refresco se deslizaba a través del pelo y la cara de Yuki. Se escuchó una risa procedente de las chicas que pisaban el almuerzo de la joven tras haberlo tirado al suelo. Yuki no lo aguantó más y salió corriendo en dirección a los baños. Metió la cabeza bajo el grifo, que despedía agua fría, para poder quitarse la sensación pegajosa del azúcar del refresco. Se agarró al borde del lavabo y se dejó caer hacia abajo, quedándose de cuclillas con los brazos extendidos hacia arriba.
—Sólo un trimestre más. Sólo un trimestre más... —se murmuraba a sí misma.
Pero escuchó el chasquido de la cerradura. Se levantó alarmada. No quería creer que pudieran hacer eso. Giró el picaporte, pero la puerta de los baños no se abría. No podía ser. De verdad eran tan ruines como hacerlo. El timbre que indicaba el final del recreo sonó y Yuki escuchó unas risas al otro lado de la puerta. La ira empezó a apoderarse de ella. Empezó a aporrear la puerta con los puños, con los pies. Cualquier persona que pasara por ahí la oiría. No pensaba parar hasta que la sacaran de ahí. Las bromas pesadas tienen un límite.
Finalmente un miembro del Consejo Estudiantil decidió abrirle la puerta. Yuki salió disparada, pero él la agarró del brazo.
—¿No sabes que está prohibido encerrarse en los baños?
—¿Eres imbécil o qué te pasa? No tengo tiempo para estupideces —dijo ella intentando zafarse, pero él la agarró fuertemente.
—¡Esto será reportado! ¡Te puede caer un castigo!
—¡¿Sí?! ¡Y qué más! ¡Porque claro, yo misma me puedo encerrar en unos baños que se han cerrado desde fuera! ¡Déjame en paz, tarado! ¡Llego tarde!
Logró soltarse y corrió con todas sus fuerzas hacia el aula pese a los gritos del otro chico para que se detuviera. Abrió la puerta de la clase a toda prisa, jadeante. Pudo escuchar a sus compañeros reír descaradamente por lo bajo.
—¡Asakura! ¡Llegas tarde!
—Lo siento, profesor me dejaron encerrada en el baño y...
—¡No quiero excusas! ¡Si te dejaron encerrada debiste haber pedido ayuda!
«¡¿A quién?!» quiso gritar.
—Sí, señor —dijo.
—Por cierto, tu pupitre vuelve a estar rayado. Deberías aprender a tratar mejor el material del colegio. Te quedarás a limpiarlo. Y como castigo por tu comportamiento y poco respeto al uniforme, deberás quedarte tú sola a limpiar el aula. ¿Has entendido?
—Sí, señor.
Los compañeros de la clase rieron. Sí, para ellos era divertido. Ellos eran quienes rayaban su mesa. A diario. Cada día.
Yuki se sentó en su pupitre y sacó el libro de la asignatura correspondiente. No lo entendía. ¿Los profesores fingían no verlo o realmente eran tan tontos como para no darse cuenta de lo que pasaba? Todo era un caos...
Al llegar la última hora Yuki cogió los utensilios para hacer la limpieza.
—¡Eh! ¡Asakura! —gritó alguien.
Yuki se giró. Y gracias a que fue lo bastante rápida pudo esquivar la papelera llena que le acababan de lanzar. Pero no pudo esquivar la lata de refresco. Los chicos se rieron.
—¡¿Qué pasa con vosotros?! ¡¿Sois tontos o qué?! —gritó yendo hacia ellos con el palo de escoba listo para usarlo para golpearles.
—¡Corre, corre! ¡La cabra viene hacia nosotros! —exclamó uno de ellos entre risas mientras el grupito de graciosos huían a toda velocidad.
Una vez se quedó sola, Yuki se derrumbó y se dejó caer.
—Sólo este trimestre más —susurró.

Rei miraba el reloj.
—Qué raro —murmuró—. Debería haber llegado ya.
Entonces la vio aparecer. Ella parecía sorprendida al verlo, pero no tanto como él al ver su penoso aspecto.
—¿Qué te ha pasado? —preguntó.
—A un compañero se le cayó un refresco encima mío —mintió. Hizo una pausa y después habló de nuevo mientras seguía hacia delante—. Deberías volver a casa. Me tengo que duchar y si te quedas ahí mucho rato, vas a enfermar.
Rei suspiró y metió las manos en los bolsillos.
—Esperaré aquí de todas formas.
Yuki lo miró un momento y luego desvió la mirada.
—Haz lo que quieras.
Llegó a su casa y se metió en la ducha directamente. Su madre y sus hermanos menores pidieron su atención, pero ella los cortó diciendo que tenía prisa. Que había quedado.
—¿Con quién has quedado? —preguntó su madre.
Yuki vaciló. Si le decía que había quedado con un hombre que conoció el día anterior, definitivamente no la dejaría ir.
—Con Kaori-chan —mintió.
—¿Con Kaori-chan? —repitió su madre—. ¿Ya os habéis arreglado?
Yuki asintió poniéndose los zapatos, volviendo a mentir.
—¡Qué alegría! ¡Dile que se venga a comer un día! Y, Yuki —le dijo antes de que saliera por la puerta—, vuelve rápido. Si ese desgraciado te hace algo de nuevo, llámanos enseguida. A nosotros y a la policía. ¿Entendido?
Yuki asintió otra vez con suavidad.
Llegó hasta Rei, que miraba el móvil apoyado en la esquina de la calle con un cigarro encendido en la boca.
—¿Eres un inspector de policía o qué? —bromeó ella.
Él hizo un gesto de disgusto.
—Lo dices por la barba y la gabardina, ¿verdad?
—Y por el cigarro.
—Ya —Rei chasqueó la lengua—. Quizá para rematarlo debería ponerme un sombrero como Shin Mitsurugi —bromeó él.
—Pero Shin Mitsurugi no es inspector, es abogado. Además no tiene barba... y creo que no fuma.
—Y lleva gafas.
Yuki miró fugazmente a Rei. No, definitivamente no parecía mala persona.
—¿Adónde vamos? —Acababa de darse cuenta de que lo estaba siguiendo sin saber a dónde se dirigían.
—Vamos a un sitio donde pueda matarte lenta y dolorosamente y sacarte los órganos uno a uno. Con el frío que hace es más difícil que se estropeen y además conseguiré dinerito para mí.
—No, ahora en serio.
—¿Quién dice que no vaya a hacerlo?
Ella lo miró fijamente muy seria. Y él sonrió.
—Vamos a una tienda de utensilios de arte. Te gusta dibujar, ¿no es así?
Los ojos de Yuki empezaron a brillar y asintió enérgicamente. Rei volvió a sonreír de nuevo y empezó a andar más rápido.
—Venga, que nos congelamos —dijo.
La chica también aceleró el paso.
Sí, definitivamente, Rei debía ser buena persona. Y entonces presintió que debía confiar en él. Sí. Quería permitirse ese lujo, porque la amabilidad de Rei había calado profundo en su corazón.

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