2 mar 2015

~SMILE: Yuki-chan's Life~ El Sueño de Rei-san (Parte 2)


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[Parte 2]

Hacía rato que Yumeko trataba de dormir, sin embargo los ruidos de la habitación de al lado, la mantenían despierta. «Qué mujer más escandalosa» pensó. No, no era cómodo eso de vivir con alguien que se trae cada día una mujer distinta a casa para tener relaciones sexuales. «Me pregunto si pone medidas para prevenir enfermedades e hijos no deseados» se dijo. La irritación empezaba a apoderarse de ella, hasta que finalmente se levantó, caminó hacia la otra habitación, e inventándose una excusa, abrió la puerta. La escena no era precisamente como la imaginaba, pero había conseguido su propósito: interrumpir a los que estaban teniendo sexo. Rei estaba sentado, y ni siquiera se había quitado los pantalones, así que parecía que le importaba bien poco si se le manchaban o no (después de todo, tenía lavadora propia), mientras que su compañera estaba montada sobre él, completamente desnuda.
— Arg, ¿qué quieres? —preguntó él, molesto, tapando con una sábana a su compañera.
— Nada, sólo venía a por otra manta —respondió la joven abriendo el armario.
— No hace frío.
— Eso lo dices tú porque estás haciendo "ejercicio" ahora mismo —respondió ella—. Seguid, no os preocupéis por mí.
El muchacho suspiró.
— Lo siento, Tsubaki-san.
La mujer (que tendría cerca de los treinta), muy de mala gana, se levantó y empezó a vestirse. El chico, por su parte, sólo se puso bien la ropa interior y se abrochó los pantalones. Pareció darle igual habérselos manchado. Se despidió de la mujer besándola en los labios, como compensación a no haber podido terminar lo que estaban haciendo. Mientras tanto, Yumeko lo miraba con los brazos cruzados.
— ¿Molestaba? —preguntó ella en tono sarcástico.
El muchacho la fulminó con la mirada. Cruzó los brazos frente al pecho, y haciendo notar en su voz su enfado, dijo:
— ¿No tengo derecho a acostarme con quien me dé la gana en mi propia casa?
— Claro que sí.
— No es la primera vez que me molestas mientras estoy en ello.
— Quizá deberías tratar de traer compañeras menos ruidosas.
El chico sonrió y se inclinó hacia delante. Tomándole de la barbilla haciéndole levantar la cabeza y mirarlo a los ojos.
— Así que es eso. ¿Acaso estás celosa?
Quizás otras chicas se hubieran puesto nerviosas, y de hecho el tono que le puso a la hora de formular la oración, y la propia oración, estaban hechos con el objetivo de hacerla sonrojar e irritarla. Sin embargo, Yumeko sólo sonrió irónicamente y dijo divertida:
— Ni que acostarse contigo fuera gran cosa. ¿Acaso te consideras el ser más hermoso del mundo? Para ser sincera, tu cara es del montón, y tu cuerpo, con tanto músculo, me resulta desagradable. Tanta altura para tan poco cerebro.
Rei, notablemente molesto, empujó a Yumeko hacia el suelo. Ella cerró los ojos al caer, y se sentó en el suelo frotándose los lumbares doloridos.
— ¡¿Qué demonios haces?! —gritó.
Apenas le dio tiempo de decir algo más, puesto que ya estaba el muchacho a gatas frente a ella. La agarró por los hombros y la hizo tocar de nuevo el suelo con la espalda mientras que él se ponía sobre ella y acercaba su rostro peligrosamente. De repente colocó la cabeza a un lado de la de la chica, y relajó su postura, como si se rindiera de alguna manera.
— ¿Es que no hay ninguna forma de intimidarte? —se lamentó.
Ella le dio palmadas en la espalda a modo de consuelo.
— Venga, venga. Si dejas de hacerte el duro te doy una galleta —dijo ella.
— No, tengo que volverme un ser canijo y esquelético —respondió.
— ¿Y eso por qué?
El muchacho se quedó callado.
— Si dejaras de practicar boxeo resultarías más agradable a la vista.
El joven se levantó separándose de ella.
— Si lo hiciera, volvería a fumar. Acabo de dejarlo, y no quiero recaer.
— ¿No quieres morir de cáncer de pulmón? —preguntó ella, entusiasta.
— Preferiría morir apuñalado en la calle, o en una pelea.
— Tus preferencias son extrañas.
— De algo hay que morir.
— ¡Ah! ¡Eso debe ser algo así como «el honor de un hombre al morir en combate»! ¿No?
Él la miró de reojo, y se sentó cruzando las piernas, apoyando un brazo sobre uno de sus muslos y la barbilla en la mano.
— ¿Sigues enfadado?
— ¡Por supuesto! Pero bah, ya da igual. Me daré una ducha fría.
Y se levantó, cogió ropa y se metió en el baño.

Rei salió de la ducha enfundado ya en vaqueros y en una camiseta blanca de cuello ancho con una toalla sobre los hombros después haberse secado la cabeza con ella, aunque todavía le caían gotas del pelo. Se dirigió a la nevera.
— Oye, Ashiya, ¿sabes dónde he puesto los refrescos? —No obtuvo respuesta—. Eh, Ashiya, te estoy hab...
Se quedó callado al entrar en el salón. Yumeko estaba dormida. El chico se sentó junto a donde la joven se hallaba descansando.
— ¿Por qué no duermes en mi futón? ¿Acaso te lo he cedido sólo para dormir en el suelo? —susurró.
Él le apartó el flequillo de la frente y uno de sus mechones largos del cuello. Le pasó un dedo suavemente por la mejilla y dibujó una débil línea hasta los labios, pasándole el pulgar por ellos. En ese momento el muchacho se dio cuenta de lo íntimo del gesto, y no pudo evitar sonrojarse. «¿Seré idiota?» se dijo. Se levantó y fue al dormitorio, regresando con cojín y una manta para Yumeko. Se sentó de nuevo junto a ella y acabó por tumbarse. Se giró hacia ella. Lo único que podía ver era su coronilla. Al final, terminó por quedarse dormido.

Rei se despertó al día siguiente. Abrió los ojos lentamente, y acto seguido pegó un grito y se golpeó la cabeza con la mesa al intentar levantarse bruscamente. Se quedó en el suelo, boca abajo, con la cara pegada al tatami y con ambas manos sobre la coronilla, dolorida. Al despertarse lo que había visto era a Yumeko, tendida en el suelo, sujetándose la cara con ambas manos, mirándolo de cerca.
— Ah, por fin te despiertas —dijo.
— ¡¿Qué haces, Ashiya?! —gritó él, con los ojos llorosos por el golpe.
— Mirarte mientras duermes.
— ¡¿Podrías tratar de ser una persona normal?!
— ¿Qué entiendes tú por normal?
— ¡¡¡Aaaaaaaarg!!! ¡Necesito irme! —gritó.
El chico estaba increíblemente irritado y nervioso. Cogió su bolsa de boxeo y se dispuso a ir al gimnasio cuando Yumeko empezó a prepararse también para salir.
— ¿Adónde vas tú? —preguntó.
— Contigo —respondió terminando de ponerse los zapatos.
— ¡Aaarg! ¡No! ¡Déjame ir solo!
Necesitaba despejarse. Necesitaba pensar con claridad. Necesitaba desahogarse. Yumeko sólo empeoraba las cosas y ahora lo seguía a toda prisa por la calle.
— Espérame, Rei-chan —decía ella.
— ¡Que no, que me dejes! ¡Déjame solo! —gritaba él.
El muchacho no tardó en llegar al gimnasio, con Yumeko, visiblemente cansada, corriendo tras él, jadeando.
— Ho...la... entrena...dor —dijo él entre jadeos al llegar.
El hombre, al verlo se sorprendió.
— Himura, ¿desde dónde vienes corriendo?
— Des... de... mi casa...
— Supongo entonces que no necesitas calentar —rió—. Anda, ve a cambiarte, el saco te espera —dijo.
Yumeko, que se asomó desde detrás de Rei, abrió los ojos como platos y exclamó mientras señalaba con el dedo al entrenador:
— ¡Un gorila!
Acto seguido, el muchacho saltó a taparle la boca y a bajarle el brazo.
— ¿Has dicho algo, Himura? —dijo el entrenador, quien parecía no haber oído a la chica.
— No, nada, nada —respondió riendo tontamente para disimular.
— Date prisa y cámbiate.
— Sí, señor —contestó. Se giró hacia Yumeko—. ¿Qué estás haciendo?
— Lo siento, gigante, se me escapó —respondió ella.
Y debía ser cierto, porque estaba completamente pálida y mostraba cara casi de terror al pensar en su metedura de pata.
— No soy un gigante —respondió Rei.
La soltó y se encaminó a los vestuarios a cambiarse.

Rei golpeaba el saco de boxeo de tal manera que parecía que lo iba a romper, y su entrenador, que agarraba el saco, a veces le hacía parar.
— Espera un momento, Himura.
Rei jadeó, encorvando la espalda y dejando los brazos lánguidos.
— Tu postura es incorrecta, y golpeas por golpear. ¿Qué te ocurre?
— Me siento un poco irritado —respondió.
— Ya hemos hablado de eso, Himura, estar irritado no justifica no poner atención a tus pies o a dónde golpeamos. ¿Qué es lo que te mantiene tan irritado últimamente? —preguntó.
El chico apretó los labios y se giró hacia Yumeko, que los miraba y lo saludó al ver que volvía la cabeza hacia ella, y después se giró de nuevo hacia su entrenador, tapó con una mano sus labios para impedir que la chica se los leyera y le susurró algo al oído. El hombre al principio se sorprendió y después se giró hacia el joven, riendo.
— Ja, ja, ja, no te irrites por esas cosas, chaval. Aún eres joven —dijo golpeándole en la espalda—. Vamos pon atención a tus pies y golpea el saco.
Rei se puso en posición y lanzó el puño contra el saco de boxeo, otra vez.

— Parece que después de todo hacer boxeo te sienta bien —dijo Yumeko mientras regresaban a casa.
— ¿Sentarme bien en qué sentido?
— Te ves bien cuando lo practicas.
El chico rió.
— ¿De verdad estás diciendo eso después de lo que me dijiste? ¿Acaso es que consideras que el sudor me sienta bien o algo así?
— Quién sabe.
Él la miró, divertido.
— No serías la primera mujer que disfruta verme sudar —respondió.
— Nah, yo sólo cuando sudas haciendo boxeo. No disfruto verte tener relaciones sexuales.
— Ya... —el chico chasqueó la lengua.
— Oye... —Ella se puso en su postura pensativa habitual—. ¿Qué le dijiste al entrenador cuando le hablaste al oído?
— ¿Yo? Yo no he hecho tal cosa.
— Mentiroso.
— No le dije nada.
— Mentiroso, ¡cuéntamelo!
— Que no.
Y de esta forma siguieron discutiendo hasta llegar al apartamento, permaneciendo oculto lo que Rei le había dicho a su entrenador.


~Fin de la segunda parte~

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